Hay un par de palabras que reverberan en mí desde hace mucho
rato y de tal forma, que no he podido desasirme de ellas, y aquí vienen a
irrumpir este post.
Tienen que ver con la importancia de emocionarse en la
vida. Es tener la idea de que si hay
algo que te emociona, te marca a fuego, probablemente de un modo en que ni
siquiera imaginas, pero en su minuto te hace saber que está ahí.
Compasión y Conmoción. Tienen que ver con ser y estar. Ser
compasivo, estar conmovido. Y aquí se
revela lo obvio. Lo compasivo me
emociona, hasta de un modo algo lastimoso que me dan ganas de sacudir… la
pasividad puede volverse densa y es entonces cuando lo sutil se vuelve
necesario. Conmoverme –o conmoverse- se
despliega en toda su magnitud. Hacer
algo. Eso: ¡hacer algo!.
Si detenerme, reflexionar, pensar, me sirve para algo, es
precisamente para saber hacia dónde ir, hacia dónde debo moverme. Y esa emoción de ambas palabras vivas
confluyendo, le imprime sentido a lo que se intuía… y emociona, y te hace
sentir vivo, en contacto. Para retirarse y volver a atender la emoción.